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Nuestras batallas: La vida continúa
Orlando Mora

Resulta  imposible no pensar en el cine de los hermanos Dardenne cuando se contempla Nuestras batallas, el filme del belga  Guillaume Senez que se exhibe ahora en el país. Nacido en Bruselas en el año de 1978, seguramente debió conocer las obras de los célebres hermanos siendo  apenas un adolescente. Hay planos en su trabajo concebidos a partir de la tradición creada por los dobles ganadores de la Palma de Oro en Cannes en los años de 1996 y 2005 con Rosetta y El niño respectivamente.
Mucho se ha insistido en la importancia de la figura de los maestros a la hora de un autor joven buscar sus caminos creativos. Ellos proporcionan un primer punto de orientación, una referencia a partir de la cual es más fácil luchar en procura de   la voz propia que cada artista debe hallar. Creo  recordar que en una de sus últimas entrevistas el escritor antioqueño Fernando González hablaba de lo pobre que es un país sin maestros.
Senez por fortuna los tiene y en presencia de Nuestras batallas hay que afirmar que ellos lo son Jean-Pierre y Luc Dardenne, los máximos responsables de lo que algunos denominan el nuevo cine social europeo, una tendencia que insiste en girar la cámara hacia los grupos sociales que no tienen cabida  en  la sociedad del bienestar, la aspiración que sirvió de guía a la construcción del gran proyecto de una Europa unida.
El director belga parte de los Dardenne, pero su obra está lejos de la  copia o el mimetismo y bien  por el contrario, debe hablarse de una influencia debidamente asimilada, visible  en por los menos dos aspectos que merecen destacarse. El primero es la concentración dramática de la acción, que pasa de un plano a otro por corte  directo, sin pausas ni desviaciones. Lo otro es el gusto por una cámara centrada en los personajes, obsesionada por lo humano y resistente a las distracciones, al punto de que los pocos planos generales son para destacar la inmensidad de las instalaciones del lugar en que  labora Oliver.
Tal vez lo más interesante y sugestivo de la propuesta del guionista y director Guillaume Senez sea el intento de mostrar los dos espacios en los que transcurre la vida del protagonista, el laboral y el familiar y en ese orden, dos mundos que no conversan, universos aislados cuya separación y falta de integración terminan por desencadenar el drama de que se ocupa la película, más allá de un final esperanzador que invita a pensar en que, a pesar de todo, la vida continúa.
Olivier Vallet, magníficamente interpretado por el actor Roman Duris, ejerce de jefe de su grupo de trabajo en la empresa en que labora. Ese cargo lo coloca  en una posición intermedia en la jerarquía de la organización, sin poder para influir en las decisiones que afectan su equipo, pero obligado a llevar la responsabilidad de transmitir las decisiones ajenas. Así lo conocemos en la segunda escena de la película, que ilumina de forma clara la opresión del ambiente de trabajo, tan atareado y exigente que lo constriñe  a posponer y desatender el ámbito doméstico.
Senez divide y concentra su mirada en esos dos  focos de atención, deteniéndose  en la primera parte de la película en lo que tiene que ver con el ambiente de trabajo, y ocupándose en la segunda de lo relativo a la crisis familiar que desencadena la decisión de la esposa de abandonar el hogar, con lo que Olivier debe cubrir las  obligaciones domésticas que antes atendía su mujer.
Las razones del abandono de la esposa, algo que el guion no aclara y deja en una zona gris con algunas sugerencias, no le interesan mayormente al director, quien se dedica con énfasis a mostrar la forma en que se altera el día a día de Olivier y la  manera como su hermana y la madre, por fortuna siempre la familia, acuden al llamado de apoyo. Solo que esa ayuda no puede llegar al extremo de sacrificar la vida de los otros, tal como lo recuerda la relación con la hermana, la que a propósito da origen a algunos de los momentos más hermosos y conmovedores de la película.
Tal vez las mayores dudas de Nuestras batallas surgen cuando uno se pregunta si la articulación de los dos espacios de que se ocupa el filme quedó plenamente lograda en cuanto a la calidad de la perspectiva o si hay un cierto  desajuste que deja ver las costuras, lo que no anula ni destruye el interés indiscutible de la película, una obra intimista descubierta por la Semana de la Critica del Festival de Cannes del 2018 y que alienta justas expectativas en cuanto al futuro de su realizador. 




 

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