La librería: El arduo
camino de los sueños
Orlando Mora
No suena excesivo afirmar que Isabel Coixet es hoy por hoy la
voz más personal en el grupo ya importante de las realizadoras del cine
español. Su filmografía a partir de Demasiado
viejo para morir joven, su opera prima realizada en 1988, se ha ido construyendo a golpes de
tesón y talento, combinando producciones españolas con otras internacionales,
en un caso prácticamente sin antecedentes en el cine de ese país.
Así que no sorprende que su última película transcurra en un
pequeño pueblo costera de Inglaterra y esté hablada en inglés. Seleccionada
para inaugurar la Semana de Cine de Valladolid en el 2017, su recorrido y
crecimiento desde entonces ha sido notable, siendo la gran ganadora de los Goya
de este año al alzarse con tres
galardones mayores: Mejor Película, Mejor Director y Mejor Guion adaptado.
No haber leído la novela de la inglesa Penelope Fitzgerald en
que se apoya nos impide adelantar juicios sobre los valores de la adaptación y
tendremos que analizar el filme prescindiendo de anotaciones en esa dirección.
Conociendo el oficio de la catalana en esa labor y sus dotes agudas para los
guiones, no se peca de ingenuidad al pensar que no median fallas en ese aspecto.
La historia de La
librería es sencilla, lineal y puede seguirse por el espectador sin dudas
ni confusiones. En ese sentido el hermoso film de Coixet despierta resistencias
en quienes entienden que el cine contemporáneo trabaja sobre premisas
diferentes y que el tipo de relato que propone la directora, por su claridad y
transparencia, no se ajusta a los paradigmas en boga sobre lo que es una buena
película.
Acogiendo esa línea de pensamiento, no existe inconveniente
en aceptar que La librería no juega a la modernidad y que su decantación por un
tipo de narración clásica es evidente. El guion no deja zonas oscuras, los
personajes están dibujados con trazos claros, la trama evoluciona con base en
nociones claras de un principio y un fin, dejando una sensación de plenitud en
el espectador, a pesar de su desenlace un tanto inesperado.
Lo maravilloso de la película de Isabel Coixet es que esta
vez sencillez no es simplicidad y el gran mérito de la obra es hablarnos de
temas humanos, complejos, dolorosos y hacerlo desde una historia con sabor a
fábula, a cuento sin moraleja, pero que conmueve en cuanto nos regresa a
actitudes y sentimientos que pertenecen a las entrañas profundas de las grandezas
y miseria de que está hecho el ser humano.
Florecen Green es una protagonista con reminiscencias de otros personajes femeninos de la
directora, en cuanto es una mujer que lucha por encontrar su espacio y por dar nuevo sentido a una vida a la que la muerte
de su marido le ha cercenado lazos de apoyo. El deseo de querer volver a empezar y establecer una librería en
el pequeño poblado de Hardborough, “un rincón olvidado del mundo”, encuentra
resistencias en gente poderosa con otros intereses.
A más de una mujer en lucha por su sueño, la película trae también una emocionada
declaración de amor a los libros, esos
fieles compañeros que nunca se
marchan de la vida y que de alguna manera, una vez leídos, nos habitan, como
bien se dice en una de las primeras frases del filme. El personaje del señor
Brundish y su descubrimiento de Ray Bradbury ponen en claro esa otra línea de acercamiento a la obra, con una metáfora al paso sobre ese
último libro que ya no leeremos.
La relación de Florence y Edmund Brundish sirve para ilustrar
la absoluta discreción con que se maneja la historia, más hecha de sugerencias
que de verdades explícitas. Los dos encuentros de estos personajes, uno en la
casa de Brundish y el otro en la playa, son memorables y tocados por un aire de
pérdida y nostalgia, fruto de la lucidez de ambos. “Me hubiera encantado
conocerla en otro momento de la vida”, le dice él, en un diálogo que recoge el
dolor de saber que ya es tarde para ciertas cosas.
Recordar que Isabel Coixet había hecho algo más de diez
películas antes de La librería no es
un mero dato. Se trata de una constatación que sirve para entender el control y
la maestría con que la directora maneja la puesta en escena, la composición de
los encuadres eludiendo la trampa de los primeros planos, el ritmo de las
escenas, y las transiciones y pausas visuales que por instantes nos recuerdan
las enseñanzas del japonés yazujiro Ozu.
Por fortuna La librería
ha entrado en segunda semana en la cartelera nacional. Cine clásico, si se
quiere y en el que Emily Mortimer, Bill Nighy y Patricia Clarkson brindan una
lección sobre para qué sirven en este arte los grandes actores. Una verdadera joya en la sólida
filmografía de la directora catalana.
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