Interior y My way or
the highway : El cine colombiano invisible
Orlando Mora
No es fácil responder a la pregunta frecuente de cuántas
películas colombianas se realizan anualmente. El acceso de generaciones cada
vez más jóvenes a los oficios de la producción y la dirección y las facilidades que ofrece el digital llevan a cuentas
arduas de precisar, por lo cual la respuesta
al uso es partir del número de
los filmes estrenados cada año, una cifra que alcanza para destacar el buen
momento por el que atraviesa el cine nacional.
Sin embargo, hay algo de inexactitud en esa metodología por
cuanto esconde el hecho de que muchas obras finalizadas no se estrenan o se
lanzan comercialmente de manera tan discreta, que da para que con ellas se
forme una categoría que podemos llamar el cine colombiano invisible, el que
apenas registraran la historia y sus investigadores.
Acaban de estrenarse en Medellín dos películas que bien
pueden inscribirse en el grupo de las invisibles, dado que solo se exhiben en
una o dos salas y aparecieron sin ninguna campaña publicitaria de lanzamiento.
Las dos son dirigidas por mujeres y se presentan bajo títulos pocos comerciales
y casi que enigmáticos: Interior y My way or the highway.
La primera es el segundo largometraje de Camila Rodríguez
Tavera, una joven egresada de la
Universidad del Valle que había debutado
en el 2016 con Atentamente, una obra
de la que ignoro si alcanzó estreno en salas o si pasó exclusivamente por
festivales o muestras cinematográficas, y que deja ver maneras de dirección que
invitan a fijar en ella la atención en el inmediato futuro.
Interior trae una propuesta rigurosa, difícil
y que de entrada la coloca a la búsqueda de un espectador diferente, ajeno a
ese público general que llega a los centros comerciales en plan de pasar un
rato y consumir en el entretanto perros calientes y montañas de palomitas de
maíz. De allí seguramente su estreno en el circuito alternativo de exhibición.
Rodríguez utiliza a lo largo de los ochenta minutos del
metraje un escenario único, la habitación de un hostal de la ciudad de Cali,
emplazando la cámara para que ella registre lo que sucede en su interior con
los distintos huéspedes que pasan por allí. La sucesión de escenas que dan
cuenta de lo que ocurre con los ocupantes del cuarto se resuelven con solo dos
encuadres, haciendo de la repetición de los mismos una especie de declaración de
objetividad y de incontaminación visual.
El planteamiento dramático y estético acerca esta ficción al
documental, aunque sin perder su naturaleza de tal. Lo anterior por cuanto es
evidente que los distintos huéspedes con su silencio, su mutismo y sus pequeños
gestos tienen un carácter simbólico y lo que se nos entrega son trazos o
huellas para que el espectador deduzca lo que puede haber tras vidas grises,
anónimas, en las que habrá algún espacio para la alegría y el amor, sintetizado
en la hermosa escena final del baile.
My way or the highway es un documental en primera persona
y que registra el proceso de reencuentro de la directora con su padre, luego de
un distanciamiento de quince años. Silvia Lorenzini se aventura a una larga
travesía de diecisiete mil kilómetros de
Cali a Ushuaia, el lugar donde termina el mundo, tratando de descubrir a estas alturas del
camino quién es realmente su padre y escuchar las razones por las cuales las
abandonó y no asistió más tarde al
entierro de la madre.
Toda película tiene una biografía y en el caso concreto de My way or the highway uno quisiera conocer los antecedentes del proyecto y el
momento exacto en que se tomó la decisión de convertir un pasaje tan doloroso
de la vida de la realizadora en un documental, aprovechando las imágenes
grabadas en el largo viaje con Giorgio Lorenzini. La inquietud surge del carácter
doméstico de esas imágenes, que dejan la duda de si se tomaron deliberadamente
de esa forma para aproximarlas visualmente a las fotos y a los videos
familiares que integran el resto del material, o si su carácter poco
profesional obedece a las circunstancias mismas en que se realizaron.
El documental está construido bajo la modalidad de una road
movie, un subgénero frecuente en la ficción y que se suele utilizar para
mostrar cómo lo que importa no es el viaje exterior, sino el interior. En el caso de Silvia Lorenzini el filme se
cierra con una voz de agradecimiento, que testimonia la reconciliación con el
padre a partir de entender que, tal como lo dice uno de los personajes del filme francés
Las reglas del juego de Jean Renoir, todos
en el mundo tienen sus razones.
Ese final signado por la comprensión no significa que My way or the highway eluda los momentos
dolorosos, en particular los que corresponden a los reclamos frente a las
ausencias del padre y al sentimiento de acoso de Lorenzo ante las increpaciones
de la hija, heridas que no habían cerrado y que el viaje a lo mejor cicatriza
definitivamente.
Interior y My
way or the highway, dos películas de tamaño pequeño, dirigidas por mujeres,
una de ficción con rostro documental y la segunda documental con nostalgia de
ficción. El otro cine colombiano que no debiera olvidarse y que tendría que
hacerse visible para el bien de todos.
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