Cinemas Procinal Las Américas: La casa del Cine Arte
Orlando Mora
El pasado jueves veintidós de
agosto se cumplió en Medellín la reapertura de las salas de cine de Procinal Las Américas. Los asistentes al acto, a más de
las mejoras en las instalaciones físicas y técnicas de los teatros, algunas
todavía en proceso, fuimos sorprendidos con la decoración y el ambiente de un
hall concebido como una auténtica declaración de amor al cine.
Moviéndose en medio de los
invitados se encontraba Oscar Mayungo, un auténtico sobreviviente de los
tiempos en que el cine era otra cosa y
que él todavía sueña en presente. Con el apoyo solvente y fidelidad ejemplar de sus hijos Natasha y Juan
Carlos, Oscar persiste en los afectos aprendidos a lo largo de toda una vida
vivida entre películas y teatros, creyendo con la ingenuidad que a veces dan
los años que ese mundo de antes todavía existe o es siquiera posible.
El tsunami audiovisual en que hoy
nos movemos nada tiene que ver con los días gloriosos de la cinefilia, que
pienso pueden ubicarse en esos lejanos cincuenta en los que Oscar y yo fuimos
niños. En ese momento el cine era prácticamente el único espectáculo popular
masivo y asistir a él lo aprendimos de
ver a los mayores programar sus salidas a los teatros como un acto central de
su actividad social.
Para mi generación el cine fue
parte de nuestra educación personal y sentimental, la que empezaba con el
hábito de los padres de llevarnos a las añoradas funciones de matinal. En ese
momento era claro que existía un material para niños y adolescentes que se
exhibía los domingos y festivos a las 11 a. m, y había un material adulto para las funciones
de 3 p. m, 6 p. m y 9 de la noche.
Esos horarios fijos se mantuvieron
durante décadas y solo se movieron como parte de los cambios que empezaron a
llegar con la televisión y la posibilidad de ver películas en la entonces
llamada pantalla chica. Se inició a partir de ese momento una inversión radical
en los términos de la relación de los espectadores con el cine, en un proceso
que simplemente se ha profundizado y que está en la raíz de los hábitos actuales de consumo del
material audiovisual. Antes de la televisión los espectadores mirábamos en los
periódicos la cartelera y decidíamos qué
ver. Quiere decir que el espectador buscaba las películas y a continuación se desplazaba hacia el teatro
respectivo, conociendo los tres horarios fijos e inamovibles de Matiné,
Vespertina y Noche.
Con la llegada de la televisión y
hoy con las plataformas son los programadores de ellas los que buscan al
espectador, que esta vez desde la
comodidad de su casa y en posesión de un control amenaza con cambiar el canal, si lo que está
viendo no lo satisface. Esa nueva circunstancia impuso a los productores la
obligación de pensar en un material a gusto de un público medio, sin un interés
particular en el cine.
Si bien el cine fue siempre un espectáculo masivo en
cuanto ofrecía la posibilidad técnica de presentar un original en cada teatro,
contar con espectadores que buscaban las películas otorgaba el margen de
confianza de saber que se hacían para ser vistas por personas que las querían.
Ese entre otros factores explica el fenómeno de un período clásico, con
directores que combinaban calidad con popularidad.
Uno de los sentidos que suele otorgarse a la expresión la muerte del cine es la desaparición de las salas de exhibición
como el único lugar en el que podían verse las películas, que justamente se
llamaban tal porque su suporte era un celuloide. Hoy ya no hay películas, solo
memorias digitales que se pueden ver en un teatro, en un computador o en un
teléfono, empobreciendo el valor estético de las obras, reducidas en lo
fundamental a las historias que narran, lo que empuja el auge actual de los
guionistas, claramente más importantes que los realizadores.
Todo este agobio de nostalgias se
nos despertó a propósito de la reapertura de las salas de Procinal Las Américas,
La Casa del Cine Arte se denomina el proyecto, y de ver el empeño de Oscar Mayungo por
recuperar algo del amor que en los tiempos dorados de la cinefilia sentíamos por los actores, por los
directores y en general por el espectáculo que se oficiaba en las salas
oscuras. Solo gratitud a Oscar por permitirnos recordar y evocar cosas que
fueron y que definitivamente no regresarán. Gratitud y admiración por un
enamorado del cine que cumple en sus días el maravilloso verso de Álvaro Mutis:
“Que te acoja la muerte/ con todos tus sueños
intactos”.
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