Amante por un día: El
amor en fuga
Orlando Mora
No recuerdo que antes de Amante
por un día se haya estrenado en el país una sola película del director Philippe Garrel. El dato es significativo al
estar en presencia de una de las figuras más respetadas del cine francés de los
últimos cuarenta años, responsable de una amplia filmografía que ronda los treinta largometrajes.
Garrel nació en 1948 y su vocación de director surgió
prematuramente, al punto de que con dieciséis años ya había realizado con una
cámara sus primeros trabajos de adolescente. El ambiente del cine en su país
estaba bajo los efectos de la marea de renovación que trajo la Nueva Ola y de
un mayo de 1968 vivido bajo el entusiasmo de una juventud que creyó poder ser
la vanguardia de la revolución y luego se sintió traicionada por la forma como
la dirigencia obrera pactó con el gobierno de entonces.
En su adhesión apasionada a la Nueva Ola, muy particularmente
a las propuestas rupturistas de Jean-Luc Godard, y en la decepción de mayo del
68 se encuentran dos hechos que gravitan
en el centro de la historia y del universo creativo de Philippe Garrel. Si
hubiera que agregar un tercer hecho, seguramente tendría que ser su relación de
diez años con la cantante Nico, su musa y compañera sentimental, con quien construyó
parte
de su carrera artística de los años setenta.
En general el cine de antes de Garrel
poco tiene que ver con lo que el espectador encuentra en Amante por un día. La radicalidad de las
incursiones cinematográficas del francés, claramente influenciadas por un
Godard mirado como un auténtico padre, le atrajo siempre el apoyo fervoroso de la crítica de
revistas especializadas como Cahiers du
Cinema, pero lo privó de cualquier posibilidad
de distribución comercial. Su cine, para decirlo a la manera de Borges, era un cine para cinéfilos, un
cine para especialistas.
Con Amante por un día
en el 2017 el director completa lo que se ha presentado por el autor como una
trilogía junto a La jalouise en el
2013 y L’ombre des femmes en el 2015 y parece introducir un
golpe de timón al tono de su obra. Al no haber visto las dos primeras piezas se
corre el riesgo de equivocar apreciaciones, en especial cuando se está ante un
realizador tan personal y riguroso como el francés.
Del Garrel que conocimos en la retrospectiva que presentó el
festival de San Sebastián en el año 2008
quedan algunas cosas fundamentales. Me atrevería a subrayar dos al menos: su
preocupación central por la cuestión generacional, y la preferencia por una
estética visual con características propias e inconfundibles.
En Amante por un día
el director y sus guionistas, incluidos Jean-Claude Carriere y su actual compañera
sentimental Caroline Deruas, se ocupan de las formas huidizas del amor y de la
imposibilidad de manejarlo en marcos racionales y controlados. Hay algo de una estabilidad siempre en fuga, amenazada a
cada paso por asaltantes inesperados como el deseo y el sexo.
El discurso sobre el amor que trae Garrel en su película
parte de una situación curiosa y sugestiva: dos mujeres jóvenes de igual
edad llegan a compartir la misma casa, una como nueva compañera
sentimental del protagonista y la otra como su hija. La coincidencia
generacional de Ariane y Jeanne las vuelve de alguna manera cómplices y deja
ver que las idas y vueltas del amor son recurrentes,
apenas momentos de un mismo destino. El
hombre queda en el centro, buscando lo que su edad por experiencia le dicta: tratar
de no salir herido de las nuevas relaciones.
Amante por un día es
cine esencial, despojado de todo artificio y desviación. Solo la sabiduría,
la maestría de los años pueden explicar el ajuste y la precisión de
relojería con que Garrel construye su
película, utilizando el fílmico en blanco y negro en una fotografía memorable
que firma Renato Berta. La voz en off
permite abreviar la narración y así llegar a los setenta y seis minutos de su metraje.
La presencia como actriz de Esther Garrel , hija del
director, confirma el gusto del realizador por trabajar con su familia, en un
filme de madurez que nos hace pensar una vez más en la influencia ejercida
sobre él por la Nueva Ola francesa, aunque ahora más cerca de Eric Rohmer que
de Jean-Luc Godard.
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