Las bestias: El hombre en su selva
Orlando Mora
A pesar de los esfuerzos ingentes
y plausibles que realizan los distribuidores independientes, la verdad es que
la cartelera comercial de cine en el país es pobre y ofrece escasas
posibilidades de mantener una actualización sobre lo que ocurre con las cinematografías
nacionales en el mundo.
Propicia esta reflexión el
estreno nacional de la película Las bestias que sirve para incorporar el
nombre de Rodrigo Sorogoyen, uno de los directores más brillantes del actual
cine español y cuya filmografía es tan desconocida
entre nosotros como la del grupo de mujeres que hoy enriquecen y brindan
especial proyección al cine de su país. Solo ocasionales exhibiciones en las salas independientes y el vicio
solitario de revisar copias privadas mitigan la sensación de marginación y
aislamiento.
La filmografía de Sorogoyen
comprende un total de cinco largometrajes y es de suponer que fue la
participación de Las bestias en la sección
oficial del festival de Cannes en el año 2022 la que abrió el camino para que
ahora el filme llegue a nuestras pantallas. En Las bestias, además, se
concentran varios de los rasgos más notables y reconocibles del director
madrileño.
El potente inicio de la película
funciona a la manera de un epígrafe que sirve como referencia para anticipar el
mundo que aparecerá en la pantalla. En ese arranque se nos muestra en cámara
lenta un grupo de caballos salvajes que corren en un potrero y que son
dominados en un despliegue de fuerza brutal por los aloitadores, oficio que se
ejerce por hombres rudos que también podrán utilizar ese vigor en otras situaciones,
tal como lo veremos más adelante en una de las secuencias centrales de la
película.
Con una destreza seguramente
aprendida en el mejor cine norteamericano, al español le bastan menos de quince
minutos para entregar al espectador las claves de la propuesta argumental de Las bestias, ubicando con precisión el
paisaje rural en la Galicia profunda y los personajes axiales sobre los que
girará la acción.
Toda la carrera de Rodrigo
Sorogoyen ha contado en la fase de escritura con la colaboración permanente y vital de
Isabel Peña, en una yunta que no ha
cesado de rendir sus frutos, con guiones
que operan con una dinámica y una progresión dramática contundentes y que en general eluden la obviedad y ofrecen matices
que redimen los momentos en riesgo de caer en el lugar común.
El director y su coguionista
dibujan sus personajes sin maniqueísmos, dando a cada uno de ellos la porción
de razón que les asiste y dejando que sea la confrontación de intereses la que module
el engranaje de la trama. La lógica pedestre e implacable de unos campesinos
que creen encontrada la oportunidad para beneficiarse de la venta de sus
parcelas, y del otro lado el sueño de una pareja de extranjeros, sobrevivientes
tardíos de los sueños de los años sesenta, que sienten haber encontrado en esa
tierra el lugar definitivo para construir su hogar.
Si algún reparo cabría formularle
a Las bestias es que a los cerca de
noventa minutos parece terminar, se clausura la línea principal de la acción y
comienza una especie de continuación algún tiempo después, transición que se
marca con un largo fundido a negro y con el cambio de estación. Esa especie de segunda película extrañará
menos a quienes conozcan el antecedente de lo que director y guionista hicieron
con Madre, un corto de diecisiete
minutos del 2017 y que dos años más tarde incorporaron a un largometraje de
idéntico nombre, en el que veremos lo
que sucedió con la protagonista una década más tarde, como si Sorogoyen y Peña
quisieran remarcar la idea de que la vida prosigue más allá de los finales que
un guion por necesidades o conveniencias de estructura debe marcar.
Sólida en su construcción, con
una fotografía hermosa que firma su colaborador habitual Alex de Pablo y con un
convincente trabajo de actuación, mínimo otras dos cosas habría que destacar en
beneficio de una película absolutamente recomendable. La primera tiene que ver
con el manejo que el director hace del suspenso, un elemento que no falta en
sus obras y que controla con un rigor y una astucia ejemplares, apoyado en los
efectos de clima emocional que consigue gracias a los sonidos y silencios de su
banda sonora.
Lo segundo es la manera como Sorogoyen
rueda, con una planificación que va de un personaje a otro, sabiendo cuándo fijarse
en uno de ellos o cuando tomarlos en
conjunto, qué veces en quietud y qué otras en sus desplazamientos dentro del
plano, reforzando la fuerza de los
diálogos por el uso del campo y el fuera
de campo.
A punto de abandonar la sala uno
quisiera que se repitiera la escena inicial de los caballos y así entender con
piedad ese lado salvaje del ser humano, siempre tan lejos del cielo y tan cerca
del barro y de la tierra.
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