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Luna roja: El mar como destino

Orlando Mora

En el año 2010 apareció en la Quincena de Realizadores del Festival de Cannes la película Todos vosotros sois capitanes de Oliver Laxe, título con que se dio inicio a una interesante línea regional del cine español. En un fenómeno raro que sumó el interés de la Junta de Gobierno y la Televisión de Galicia se logró un apoyo para el cine de la Comunidad y Laxe con su enorme talento consiguió visibilidad para una cinematografía de la que poco o nada se conocía internacionalmente.

Luego de más de trece años de lo que se pudiera denominar con una fórmula al uso como el Nuevo Cine gallego tal vez sea hora de un  balance, con una mirada de conjunto sobre autores y filmes, de modo de intentar con una mínima ilustración una valoración del movimiento. Sería un asunto espléndido para que algún festival colombiano se ocupara de esa labor, aunque no luce probable en un momento en que esos eventos en el país solo consiguen financiación si sus ejes temáticos son sociales o políticos; los problemas estéticos e históricos del cine han sido borrados de un porrazo.

No conozco más de cinco o seis películas de ese cine gallego y  en ellos llama la atención la existencia de una serie de elementos comunes, los que creo se recogen en buena parte en las declaraciones de dos de sus realizadores. “Galicia es una sociedad muy apegada a la naturaleza”, dice Xacio Baño, y Diana Toucedo manifiesta a propósito de una de sus obras: “También quería mostrar una idea de tiempo que es profundamente gallega, en la que el pasado, el presente y el futuro quedan como entrelazados, y ya no es una idea de tiempo más lineal y estanca”.

La presencia permanente de la naturaleza, un manejo particular del tiempo y una forma distinta de narrar son quizás los datos centrales para acercarse a ese grupo de películas. La geografía y los paisajes no responden a una simple ubicación del lugar donde transcurre la acción; los distintos planos temporales parecen fundirse en una sola dimensión, y la narración no se articula a través de hechos puestos en una cadena de causalidad, por lo cual el espectador tendrá que entrar a conectar lo que simplemente está puesto en imágenes.  

En el contexto anterior encaja a plenitud Luna roja, una película de Lois Patiño del año 2020 que llega  tardíamente a las salas alternativas de Medellín, pero cuya visión se torna imprescindible para la buena cinefilia y para todo aquel que quiera acercarse al nuevo cine gallego. En ella están la naturaleza, el tiempo y una manera moderna y distinta de narrar.

La película se inicia con unas tomas acuáticas en lo que parece un barco sumergido y una voz que expresa sentenciosamente: “Ahora que la bestia los atrapó a todos, nadie podrá decir que yo mentía”. El que habla, se sabrá pronto, es Rubio, un habitante del poblado responsable del rescate de más de cuarenta náufragos y ahora él mismo desaparecido. Todos los habitantes lamentan su muerte y la atribuyen a causas distintas, pero como principal la luna roja que  despierta al monstruo que habita en el fondo del mar.

No hay diálogos en la película, solo monólogos de seres inmóviles situados en una especie de intemporalidad, seres fantasmales que  pertenecen a un universo donde el pasado se vuelve presente y se combina con la tradición y la leyenda, dando un agregado  que oscurece o anula toda pretensión de verdad. Luna roja, a diferencia del relato clásico en que los desenlaces poseen un carácter explicativo, opta por dejar  en el espectador inquietudes y preguntas frente a lo que muestran las fuertes y conmovedoras imágenes.

Esa especie de zona fronteriza que parece reunir vivos con fallecidos hace recordar como obligada referencia  la novela Pedro Páramo del mexicano Juan Rulfo. “No es real, no puede serlo, somos el sueño de alguien”, se escucha en el soliloquio de uno de los presentes. Las cosas que sucedieron antes como la construcción de una gran presa, ahora abandonada, pesa con igual fuerza que la desaparición de Rubio, quien al final regresará.

Lois Patiño propone un tipo diferente de verosimilitud que no descansa sobre el carácter  realista de la acción sino que está  confiada al potente universo visual que el director construye, mérito fundamental de la película. Lo que Mario Vargas Llosa llamaba en un ensayo la fuerza persuasiva de la ficción reside en este caso en lo que sugieren las  cautivantes imágenes de Patiño, responsable también de la fotografía de la película.

Filmada con escasísimos primeros planos y un formidable diseño sonoro, Lúa vermella posee los alcances de una auténtica revelación, a cargo de un realizador con un futuro que luce promisorio y enriquecedor para el cine de su país y de su Galicia.


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