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Aftersun: Las voces del pasado

Orlando Mora

Aftersun ha sido tal vez la opera prima cinematográfica más alabada de la temporada desde el momento de su estreno mundial en la Semana de la Crítica de Cannes 2022, donde obtuvo un premio secundario y fue superada por la gran ganadora,  la colombiana La jauría de Andrés Ramírez Pulido. A partir de entonces la película de la escocesa Charlotte Wells no ha dejado de recibir aplausos y reconocimientos y su directora destacada como una de las voces jóvenes más prometedoras de los últimos años. Luego de algunas semanas de un discreto estreno comercial, a partir del día seis de enero se encuentra disponible en la plataforma Mubi.

Lo primero que actúa en favor de esta obra es el tema que propone y la forma escogida para su presentación. Si hubiera que señalar algunos  de los asuntos más tratados por el cine de las décadas recientes, uno de los primeros sería el de las rupturas y desajustes de las relaciones familiares y de sus efectos frente a hijos que quedan atrapados en medio de los problemas y desuniones de las parejas.

Aftersun tiene como núcleo argumental los recuerdos que una mujer adulta y probablemente  ya madre conserva de las vacaciones de verano con compartió con su padre cuando contaba once años de edad. Ese encuentro en un momento clave de nuevas sensaciones y descubrimientos se dio cuando  él vivía en Londres, mientras ella seguía en Edimburgo con su progenitora. Con el paso del tiempo los días de  esa temporada conservan un poder de revelación que no se ha apagado, según sugiere el filme, aunque sin decirlo  de modo concluyente.  

En cuanto a la forma, hay que destacar que la guionista y  directora  se ocupa de algo que aconteció en el pasado, pero lo maneja desde un presente que no se enfatiza,  al punto de poder pasar el espectador sin  darse cuenta de a quién corresponden los recuerdos y desde qué etapa de la vida se evocan, elementos que claramente expresan la voluntad de Wells de no otorgar a la película una sola línea de lectura y mostrar más bien piezas que puedan moverse en direcciones diversas y conducir a diferentes interpretaciones.

Esa ambigüedad deliberada se logra gracias a  la manera como se presenta el pasado a que se refiere la película. En efecto, en la pantalla vemos largos apartes que pertenecen a un flash-back que se despliega como si fuera una reconstrucción directa y  simple de muchas de las pequeñas y casi insignificantes cosas que les sucedieron a los dos protagonistas durante los días de descanso en Turquía; pero también hay  pasajes que se cuentan a través de las tomas de video casero que padre e hija hicieron durante la temporada y que resultan a la postre los más significativos por su reiteración y el lugar que la directora les otorga  en el armado final del montaje.

Esa combinación de eventos que se cuentan desde el punto de vista de un tercero y otros que claramente vivieron los dos protagonistas y ellos mismos grabaron difumina la línea narrativa del relato y deja en suspenso aspectos de la vida del padre que la directora mantiene en la sombra, obligando a que sea la imaginación del espectador la que evalúe y calibre las consecuencias de acciones o gestos  que apenas se registran al paso.

En medio de tanto entusiasmo por la forma escogida por la directora y su decisión de no contarlo todo y dejar una parte librada a una interpretación más libre, claro signo en ese aspecto de su modernidad, en nuestro caso debo decir que echamos de menos una estructura narrativa más sólida basada en una perspectiva del recuerdo más definida, tal vez porque la nostalgia y el sentimiento de tristeza que muchos sienten nos los frustran   la dispersión y variedad de los puntos de vista de la narración.

Esa reserva personal no toca las virtudes considerables que encontramos en la obra. Charlotte Wells posee una extraña sensibilidad para la composición visual de sus planos y  que está más allá de la pura belleza formal; hay un toque emocional en el encuadre, que además se desvía por momentos de lo que parece estarse contando y  se fija en detalles que cobran especial significación (los planos de los parapentes, por ejemplo). Lo segundo es la calidad enorme del trabajo de la banda sonora, que alterna el silencio con temas musicales de los años noventa  y con pequeños ruidos exteriores que dicen cosas y que no responden en su intensidad  a un simple principio de realidad. Hay  contención en la construcción de las escenas cotidianas del padre y la niña, a más de una acertada dirección de actores con los que alcanza un nivel de espontaneidad que torna los personajes absolutamente creíbles.

Quienes han visto los cortos de Charlotte Wells previos a su debut con Aftersun hablan de ellos con admiración. Quizás conocerlos pudiera brindar más pistas para entender con mejores luces los caminos que la directora ha transitado en su primera película. El tiempo dirá si los altos elogios proferidos a propósito de su opera prima son  el inicio de una obra de calidad sostenida, lo que la convertiría en una realizadora de primer orden  por el gusto, la sensibilidad y la originalidad que la distinguen.    

 


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