Madres
paralelas: La plenitud del melodrama
Orlando Mora
Desde hace casi cincuenta años
Pedro Almodóvar es la figura más representativa del cine español. No solo hablo
de sus películas en cuanto a calidad, sino en general de lo que ellas han
significado como reflejo del clima social de su país a partir de los años de la
transición. Atrás quedaba el Franquismo y España ingresaba en una modernidad
que se materializaba en nuevas formas de ver y llevar la vida.
Almodóvar es, en ese sentido, un
hijo de su tiempo. Autodidacta como cineasta, la temática de su cine se ha sido
desplegando a la par que el director adquiría mayores destrezas en el oficio,
superando las vacilaciones e imperfecciones de sus primeras obras. Vista desde
esas dos perspectivas, pienso que Madres paralelas puede considerarse
como una de las películas más logradas de su filmografía en cuanto coincidencia
entre la voluntad creativa y los resultados efectivamente logrados.
El director manchego ha sido
siempre un partidario sincero del melodrama. Varias veces se le ha preguntado
por el director alemán Rainer Werner Fassbinder, el mejor exponente moderno de
ese género, y él ha reconocido coincidencias
y diferencias, insistiendo en sus preferencias por el melodrama
latinoamericano, especialmente el mexicano, por el que siente una profunda admiración.
Los melodramas se construyen con
material narrativo frágil, dado que explora situaciones límites en las que la
cuerda de los sentimientos humanos se tensa y se está a punto de reventar y
caer en lo cursi. La exasperación de lo emocional es el motor que lo alimenta, lo
que en parte explica que en nuestros países, tan dados a lo sentimental, el
género haya alcanzado alturas ejemplares, como ocurre en México con directores
como Emilio Fernández y Roberto Gavaldón.
En Pedro Almodóvar el melodrama
ha sido insumo constante de su obra y prácticamente en todos sus filmes hay
giros dramáticos de ese rango, acentuados de ordinario por canciones en voces
de gran intensidad dramática como Chavela Vargas, por ejemplo. La novedad de Madres
paralelas viene dada por la plenitud que esta vez consigue en su incursión
en el género, convirtiéndose quizás en el más potente y ajustado de los
realizados por el director hasta la fecha. Difícil hablar de su mejor película,
pero sí de su mejor melodrama.
El Almodóvar guionista teje el
argumento con pulso fino, partiendo de una situación ya vista en filmes
recientes y es la confusión en las salas de observación de dos recién nacidos.
Cada autor hace evolucionar la historia en el sentido que le interesa y el
español prefiere aprovecharlo para profundizar en el tema de la maternidad, sin
duda una de las preocupaciones centrales de su cine.
Las protagonistas de Madres
paralelas son dos mujeres que han quedado embarazadas sin proponérselo.
Janis (una Penélope Cruz en estado de gracia) tiene cerca de cuarenta años y
Ana (Milena Smit, próxima estrella de la actuación femenina en España) es
todavía una menor de edad. Las dos deciden tener sus hijos como un acto de
afirmación individual y convertirse en madres, lo que coloca en primer plano el
asunto de la maternidad, núcleo auténtico de la película, que aparece reforzado
con la presencia de un tercer personaje, la madre de Ana, una mujer que siempre
quiso actriz y ahora tardíamente se le presenta la oportunidad última de
realizar ese sueño, lo que la lleva a abandonar deberes de madre y optar por su
carrera. Teresa, en uno de los momentos
más hermosos de la película, interpreta el monólogo de Doña Rosita la
soltera, la obra dramática de Federico García Lorca.
Como suele acontecer en el
melodrama, a la situación central se le van sumando elementos que la enriquecen
y que acrecen la intensidad dramática. Almodóvar conserva la línea principal,
pero agrega varios asuntos, dos de ellos claves. El primero es la recuperación
de la memoria histórica en relación con los asesinados por las fuerzas
falangistas, y el segundo es la experiencia de una relación sentimental entre
las dos protagonistas, una derivación que se muestra sin recargar tintas y en
un tono de discreta intimidad.
A pesar de no constituir el eje
de la obra, el director español resuelve cerrar la historia con un tema tan
actual en España como el de la memoria de los miles de muertos de la guerra
civil de 1936, con un final emotivo que roza la beligerancia y que ha llevado a
que se califique Madres solteras como la más política de las películas
de Almodóvar, afirmación probablemente cierta, pero que desplaza el foco de la obra,
centrado indiscutiblemente en el melodrama.
A sus setenta y dos años Pedro
Almodóvar demuestra haber llegado al absoluto dominio de los recursos
narrativos y retóricos del cine y a una depuración máxima de su puesta en
escena. Baste mencionar las elipsis como procedimiento para no alargar el
relato; los fundidos a negros para separar los bloques narrativos; la
introducción de un prodigioso flash-back para articular la abreviación del
tiempo; la dirección de actores; la combinación del tamaño de los planos para centrar
de mejor manera los personajes y sus acciones; el juego de colores de
escenarios y trajes de los actores. En fin, simplemente la maestría.
Comentario certero. Almodóvar siempre sorprende, y en Madres paralelas su ingenio se teje con maestría. Siempre me impacta su manejo del color en vestuario, objetos, escenarios. Y Penélope, estupenda.
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