Nomadland: Los
caminos de la soledad
Orlando Mora
Sobre un fondo negro y luego de
algunos pocos créditos aparece un aviso a partir del cual se pone en marcha la
trama de Nomadland. Se le allí que en enero del 2011 y luego de ochenta
y ocho años de funcionamiento, una empresa en Nevada cerró definitivamente sus
instalaciones, abandonando el pueblo que se había construido a su alrededor. A continuación
y en cuatro o cinco planos se nos presenta a Fern, la protagonista, una viuda
que ahora sin marido y sin casa decide recoger algunas pertenencias e iniciar
un viaje hacia el lugar que decida el azar, teniendo una furgoneta como su
nuevo y único hogar. Cuando ella arranca, la cámara la capta en un paisaje inmenso
y solitario en el que el carro de Fern es apenas un detalle perdido en la
distancia.
Hay tres cosas en ese inicio que
definen las líneas que articulan este trabajo con las dos obras anteriores de
la directora, la china de nacimiento Chloé Zhao: la vinculación de sus
historias con la realidad, el tipo de personaje que propone y el papel que en
sus historias juega el espacio físico. Esos elementos estaban en Canciones
que me enseñaron mis hermanos (2015) y en El jinete (2017) y con
ellas Nomadland compone una especie de tríptico, al que parece seguirá
un giro violento en su filmografía ante el inminente estreno de su cuarta
película, Los eternos, en la que incursiona en el territorio de la
Marvel con un producto del que pudieran esperarse curiosas sorpresas.
Lo primero a destacar es el
interés de Zhao en acudir a la realidad como fuente y raíz primera de sus
historias, transitando un camino en el que se cruzan fructíferamente el
documental y la ficción. En el caso de Nomadland el origen se encuentra
en el libro de la norteamericana Jessica Bruder País nómada, fruto de los
tres años que la periodista dedicó a recorrer los Estados Unidos para seguir a
esos seres solitarios que viven en sus vehículos y marchan de un lugar a otro,
tragándose kilómetros y visitando campamentos donde al final se reencuentran
con otros nómadas, en un extraño universo humano y social.
Lo segundo a mencionar es la
preferencia de la directora por acercarse a personajes callados, silenciosos, que
actúan conforme a unos códigos personales que solo a ellos pertenecen y los que
poco o nada verbalizan. Ellos son lo que hacen, desentendidos de las razones de
los demás y atentos solo a las propias. En ese sentido Fern es el tercero de la
galería dibujada por Chloé Zhao, en el que se repite la voluntad de
marginalidad y se acentúan el hermetismo y el aislamiento.
Canciones que
mis hermanos me enseñaron, El jinete y Nomadland comparten
un gusto por la naturaleza y por lo que la directora encuentra en mundos
físicos apartados, por fuera de los centros urbanos y las grandes ciudades. La
inmensidad de los espacios físicos funciona como una prolongación de la
psicología de los personajes, de la interioridad y la soledad en la que
habitan, de las precarias relaciones que consiguen establecer con el mundo de
los demás.
Nomadland renueva
intereses y preferencias de la directora, aunque trae también diferencias
respecto de su obra anterior. Tal vez la más notoria sea la radicalización en la
presentación de la protagonista, la más cerrada desde el punto de vista de los
motivos que la impulsan a tomar sus decisiones. De Fern conocemos datos mínimos
que apuntan a la ruptura con una situación anterior que ella echa de menos, algo
que se transparenta en la escena de apertura cuando revisa los objetos en los
que reposa parte de ese pasado. Fern selecciona lo que se quiere llevar para su
nueva vida, a bordo de una furgoneta que será a partir de entonces su único espacio
personal, su único hogar. La sobrevivencia la asegurará con trabajos
temporales, de los que obtiene los dólares mínimos para su peregrinaje por
carreteras que va seleccionando al vaivén de lo que marque cada día.
Pero Fern sigue siendo un
personaje hermético, con motivaciones que no trascienden al espectador, lo que
de alguna manera transforma el sentido del filme, que no será tanto una
película sobre ella y sí más sobre el universo de muchos seres que en los
Estados Unidos viven nómadas, empujados a veces por apremios económicos y en
otras por un deseo de libertad y de escapar a la esclavitud del consumismo y la
fatiga de las grandes ciudades.
La protagonista de Nomadland no
cambia de principio a fin de la obra, se mantiene en un espacio de silencio al
que no accedemos, en una inmovilidad en la que radica la gran diferencia con
sus dos muy brillantes películas anteriores, en las que existía en los finales
una especie de apertura hacia otras posibilidades vitales, al encontrar sus
protagonistas nuevas razones para reiniciar la vida de otra manera. Fern parece
congelada en un presente que no puede ni quiere cambiar, la estabilidad y la
comodidad de una existencia fija ya no le alcanzan y su futuro estará en la
errancia sin rumbo fijo, alejada de afectos y compromisos, un ser si regreso y
sin esperanzas.
Zhao pertenece a la categoría de
directores que creen en la imagen, estableciendo un mecanismo claro para que la
realidad se cuele a través de un dispositivo visual de gran belleza formal. En
el documental Calcuta de Louis Malle el francés advierte que cada plano
llegó antes de la idea del plano. Con la realizadora chino-norteamericana
sucede lo contrario: la idea del plano precede su construcción, en un refinado
proceso de elaboración que conviven con la voluntad de Zhao de adscribir su
cine a una representación de un universo real, concreto y claramente reconocible.
La brillante mediación visual se logra gracias a un trabajo fotográfico de Joshua
James Richards, quien la ha acompañado a lo largo de sus tres largometrajes.
El muy hermoso despliegue visual
de Nomadland aprovecha la inmensidad de los paisajes para una recreación
que roza límites, al punto de dejar la sensación de que quizás estaban
integrados de manera más creativa desde el punto de vista dramático en El
jinete, posiblemente la mejor película de su filmografía hasta la fecha.
Más allá de esa reserva y de los repartos a una música repetida en exceso y en
buena parte innecesaria, hay que decir que la película de Chloé Zhao fue uno de
los puntos más altos de la producción del 2020, un año de una mediocridad que
aterra, según se puede constatar al mirar una a una las películas seleccionadas
para el Oscar, grupo en el cual Nomadland destacaba como una auténtica
joya.
Unas palabras finales para
Frances McDorman. La afirmación de que la película no existiría sin ella tiene
en esta ocasión plena validez. No solo compartió el entusiasmo por el libro
original y apoyó la producción de la película, sino que también se sometió como
mujer al desprendimiento de cualquier vanidad, afeando su figura y aceptando
escenas a las que muchas actrices de su categoría se rehusarían. Todos los
premios que han exaltado su trabajo se quedan cortos frente al prodigio de su actuación.
No sé sí conoces el sitio web (Valhalla Producciones) que tiene los enlaces a toda la serie de televisión que hice con Héctor Abad sobre Alberto Aguirre. (Karaktere Aguirre). Son 13 capítulos y están tus testimonios, entre otros. Un saludo muy especial.
ResponderBorrarCésar Montoya.
https://www.youtube.com/watch?v=99XXSSQEz5g&t=149s