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El Oscar 2020: Un nuevo campo de batalla
Orlando Mora

El domingo pasado tuvo lugar la edición 92 del Oscar, el premio más codiciado en la industria del cine en Los Estados Unidos. De alguna manera todos los que trabajan en ella pertenecen a una de tres categorías: la de los ganadores de algún Oscar, los nominados y los desdichados que no han gozado todavía de ninguno de los dos privilegios.
El Oscar es una celebración raizalmente norteamericana, concebida y ejecutada para el festejo y promoción de sus propias películas. Esa circunstancia explica el por qué el cine del resto  del mundo queda reducido y arrinconado en una sola  categoría: la de Mejor Película no hablada en inglés. El cierre  de la ceremonia con la fotografía de los premiados es una hoja más del álbum familiar.
A partir de las nominaciones y las adjudicaciones las películas beneficiadas se reestrenan o cobran un nuevo impulso en la taquilla,  con lo cual se cumple el primer objetivo del Oscar: la promoción del cine norteamericano y el afianzamiento de su industria como la más universal y poderosa del mundo. El negocio mejora y las perseguidas estatuillas se convierten de inmediato en dólares.
Queda otro efecto ya personal y es la incidencia en la carrera futura de los profesionales distinguidos, sean guionista, directores de fotografía, editores o músicos. En adelante y al momento de armar la plantilla de los equipos para  nuevas películas, los responsables de los proyectos buscarán rodearse de ganadores  o nominados al Oscar, lo que les garantiza solvencia técnica y gancho para la publicidad.
A este cuadro general de funcionamiento del Oscar se ha agregado en los dos últimos años un ingrediente especial,  que en buena medida escapa a la atención del público, pero que dada su importancia abre un capítulo inédito en el futuro inmediato de la industria y del premio. Se trata de la lucha encarnizada que libran los gestores y responsables de la industria tradicional  con Netflix y el modelo de streaming.
El origen del conflicto se encuentra en la amenaza que las nuevas compañías representan para las instancias de la distribución y la exhibición, dos de las columnas en que se ha apoyado el negocio del cine. Netflix, HBO, Amazon, etc  adquieren material de terceros, pero también han decidido producir sus propias películas, las cuales en principio no están destinadas a la exhibición en salas y simplemente se colocan en las respectivas plataformas a partir de una determinada fecha.
El año anterior el fenómeno de Roma, la película del mexicano Alfonso Cuarón, abrió la posibilidad de ir por algunos días a salas comerciales de Nueva York y Los Ángeles, requisito para poder participar en El Oscar, en el que consiguió reconocimiento como Mejor Película Extranjera. El  salto de Roma supuso  de alguna manera una invasión a una fiesta que está organizada por la industria tradicional para festejar sus propios éxitos y medir el estado de las cosas.
Si ya en el 2019 premiar un filme claramente menor como Green book para evitar el triunfo de Cuarón con mejor película daba para preocuparse, lo que ha sucedido este año con El irlandés es la confirmación  de la intensidad de la lucha, y de la hondura de los intereses que  ahora se enfrentan. Los representantes de la industria tradicional temían que El irlandés, un verdadero caballo de Troya que  Netflix se atrevió a lanzar, arrasara  con la mayoría de las diez nominaciones que tenía a su favor.
Algo se presagiaba mal cuando Robert De Niro no estuvo en la nominación final a mejor actor. Su desempeño en El irlandés es difícil de equiparar, algo que el actor español Juan Echanove registraba  en una entrevista reciente luego de ver la película: en materia de actores está Robert de Niro y en otra categoría estamos todos los demás.
De Niro, al Pacino y Joe Pesci lucen soberbios en una película que debió recibir algo de lo mucho que tenía para recompensar, incluido por supuesto el premio de Mejor actor secundario a Pesci, olvidado en beneficio de un Brad Pitt más protagónico que secundario en  Había una vez en Hollywood , el desmañado y desigual filme de Quentin Tarantino.
Para fortuna de los llamados académicos de Hollywood se atravesó la espléndida y maravillosa película coreana Parásitos y así pudieron lograr sin motivo de tacha lo que todos íntimamente deseaban y era impedir el reconocimiento de El irlandés, que hubiera significado un triunfo demasiado visible para Netlix, que ha caído en esta batalla, pero que seguramente volverá a un combate que quizás con el tiempo vaya a ganar, a costa de una industria que deberá admitir las nuevas condiciones de exhibición de los productos destinados al  streaming.
Martin Scorsese, un director  con alcances de tótem del cine actual por sus películas y por la tarea desplegada en favor de la conservación y la restauración del patrimonio cinematográfico, se ha ido con las manos vacías, a pesar de que El irlandés era de lejos la mejor película norteamericana del último año, con su  mirada crepuscular a los mecanismos del poder en los bajos fondos que alimentan  la sociedad norteamericana.
   


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