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Valladolid una vez más


Orlando Mora


Promedia la edición 62 de la Semana Internacional de Cine de Valladolid, un festival amable que logra esquivar un mal que se inventó  Cannes y que hoy cunde como epidemia por estos  eventos: la incomodidad. Largas filas y esperas interminables antes de poder ingresar a las salas, algo que  acá por fortuna no sucede y que agrega un grado de placer que parecía perdido para siempre.


A seis años de su realización al mando de Javier Angulo, los días  transcurridos han brindado el tiempo necesario para consolidar  secciones ajustadas y una logística que garantiza un desenvolvimiento sin grandes sobresaltos. La competencia oficial, Punto de Encuentro y Tiempo de Historia son las secciones estructurales  de la programación, a las que  se agregan  retrospectivas temáticas que enriquecen la propuesta.


A pesar de las críticas adversas y el desencanto general por  lo mostrado en dos certámenes  mayores como Berlín y Cannes, el año parece finalizar con un balance menos oscuro, según lo conocido recientemente en Venecia y San Sebastián y ahora en Valladolid. La cosecha del 2017 no luce al final de calidad tan baja como se anunciaba y tal vez el problema sea  más de los programadores,  obstinados en ocasiones en incluir solo el cine  que a ellos les interesa.


De las cosas que estamos viendo en Valladolid, algunas  van a quedar indefectiblemente como gran recuerdo de la Semana. Una primera será la retrospectiva de la llamada Escuela de Barcelona, de la que esperamos hablar en otra oportunidad y la segunda es el homenaje que se rinde a Jean Pierre Melville con motivo del centenario de su nacimiento.


Isabel Coixet inauguró con el estreno mundial de  La librería, una película lineal y sencilla,  una especie de cuento situado en la Inglaterra de los años cincuenta y que rinde  un homenaje a los sueños personales, personificados esta vez en el empeño de una mujer  que quiere montar una librería.


El mayor tumulto hasta ahora lo produjo Marea humana, el documental que el disidente chino Ai WeiWei ha dedicado al tema de los desplazados, un cuadro apocalíptico que da cuenta de los sesenta millones de personas que buscan un lugar estable para vivir y que el director presenta en un trabajo que mezcla a partes iguales imágenes poderosas con unos títulos informativos que restan fluidez al montaje.


Sally Potter con La fiesta, una comedia oscura sobre secretos y traiciones en un grupo de amigos; la forma como la japonesa Naomi Kawase persigue en Hacia la luz el tono íntimo de la tradición de Yasujiro Ozu para hablar de sentimientos frágiles, y el sueco Tarik Saleh que sorprende con su prematuro buen  oficio en Incidente en el Nilo Hilton son quizá los títulos  más llamativos hasta ahora camino a la Espiga de Oro que se entregará el próximo sábado.


 


 


 


 

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