Luz
de luna: La vida en tres tiempos
Orlando Mora
Lo primero que llama la atención en esta película y que el espectador reconoce de entrada es su
estructura narrativa en tres capítulos, separados por fundidos en negro y que nos
hablan de tres momentos de la vida de Chiron. Curiosamente Luz de luna no abre con el protagonista y sí lo hace con una escena
que remite al ambiente en que el personaje pasa su infancia, en una decisión
creativa de su director para nada inocente.
Chiron niño es el eje del filme de Barry Jenkins. A partir de
lo que le sucede en esos años se trazan las líneas de evolución que sostienen
la arquitectura dramática del guion y cobra sentido la alternativa de cerrar la obra de la manera en que se
hace, con un plano que visual y narrativamente es como un epítome de lo que el director ha querido
decirnos y que está anclado en la infancia del protagonista.
El gran reto de Jenkins y su guion era mantener en un mismo
nivel de calidad y significación los tres segmentos del filme, sin que se
sintieran vacíos o fisuras en el armado. En ese sentido el resultado no es, por lo menos para nosotros, totalmente
satisfactorio y se percibe un desequilibrio en los tres relatos que caen de más
a menos en cuanto a fluidez y potencia.
El primer capítulo de Luz
de luna es simplemente soberbio y el que mejor refleja las virtudes de
puesta en escena y pulso narrativo de Jenkins. Difícil resultará olvidar el
silencio obstinado de ese niño asediado por la violencia de sus compañeros y
desprovisto de cualquier apoyo familiar para enfrentar las debilidades de su
condición. Allí surge el vendedor de drogas como una lejana y conmovedora
figura paterna, con un trabajo de actuación de Mahershala Ali que mereció con
plena justicia el Oscar a mejor actor secundario.
El destino de Chiron parece casi inevitable desde lo
vivido en los días de su infancia y luce
lo suficientemente interesante como para sostener el argumento de la película.
Pero al final del primer segmento se incorpora el elemento de la identidad
sexual del chico, un rasgo que marca el recorrido vital del niño y que termina
por concentrar y absorber
injustificadamente todo el alcance de la obra.
Si el primer capítulo se siente completo en razón de que no
se requiere de más datos para entender y
conmoverse con la situación de Chiron, en los dos saltos temporales siguientes la
acción se va debilitando, flaqueza
especialmente notoria en el último, cuando luego de diez años de separación se
viven reencuentros que no poseen la
consistencia dramática del inicio.
No obstante el reparo anterior, queda fuera de cualquier duda
el enorme talento de Barry Jenkins, un director con buen pulso narrativo y que
entiende la función creativa de la cámara, que en su caso nunca se agota en el
registro mecánico de las escenas, la mala herencia televisiva de gran parte del
actual cine norteamericano.
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