Un poeta: la soledad frente al mundo
Orlando Mora
Con
el segundo largometraje de Simón Mesa se siente algo similar a lo que dejaba Los reyes del mundo de Laura Mora: la
convicción que el cine colombiano ha llegado a un estado de madurez que ya no tiene
vuelta atrás y que con ellos y algunos
otros títulos se construye una tradición que servirá de referencia a los nuevos
realizadores, que ya no tendrán excusas para justificar la mediocridad o el
fracaso.
Difícil
encontrar una mirada más miope que la que
genera el regionalismo. No obstante y, por esta vez, resulta de justicia
acogerse a ella para hablar del cine que se realiza en Medellín y destacar lo
que ha significado para su desarrollo y crecimiento la figura de Víctor
Gaviria, ese gran poeta que en un día ahora muy lejano resolvió tomar la cámara
y empezar a fijar para siempre imágenes de una ciudad en muchos
aspectos lejana y desconocida.
Un poeta es claramente deudora del realismo que Gaviria enseñó,
al punto que su aparición en un plano de la película, si bien no respondió a un
propósito deliberado de Mesa y fue fruto de la ocasional visita del director al
sitio de rodaje, bien puede leerse como un homenaje a quien luce hoy
credenciales indiscutibles de maestro.
Los
conocedores de los cortos anteriores de Simón Mesa y Amparo, su opera prima, se encontrarán como primera impresión con un evidente cambio
de registro. En lugar de oscuridad y drama, en esta oportunidad el humor y la
ironía preceden el acercamiento del realizador a una realidad largamente
observada y digerida, lo que se revela en el juego con una diversidad de
momentos y pasajes que amplifican y robustecen considerablemente la trama.
El
guion que firma el mismo director parte de un protagonista, pero concebido con
tal habilidad que se integra de manera natural y fluida en una variedad de
situaciones con los demás personajes, logrando como resultado que todos ellos,
a pesar de sus pocos momentos en la pantalla, adquieran una consistencia que bien calificarse de notable. Pienso, por
ejemplo, en la madre del poeta o en la hija, a las que vemos por muy poco
tiempo y, sin embargo, su
caracterización es plena y convincente.
No
suena descaminado calificar Un poeta
de comedia dramática. Ese resultado se consigue a partir de la oposición y el
desajuste entre el protagonista y el resto del mundo. Para ello Simón Mesa dibuja
un personaje de alguna manera anacrónico, en cuanto se trata de un poeta que
cruza los cincuenta años y a quien de los sueños del pasado como creador le quedan
dos libros y una vida cercana a la indigencia, sostenido por un entorno
familiar que lo juzga como un iluso y como un perdedor.
Ese
personaje fuera de tiempo y de época se
enfrenta a un mundo de una absoluta e inclemente
actualidad, lo que permite que la
historia se mueva entre el drama y la comedia. De alguna forma Oscar Restrepo,
el poeta, está solo frente a una realidad exterior con valores que nada tienen
que ver con su universo, por lo cual sus respuestas y reacciones resultan para
los demás torpes y desatinadas, al punto de provocar por instantes la risa. El
personaje es en sí dramático y la comedia la desencadena el choque del poeta
con el mundo que lo rodea.
La
mirada del director sobre Oscar Restrepo, sus circunstancias familiares y aspectos de la vida cultural de la ciudad es
divertida y ligera, nunca cruel o cínica, tocada más bien con una
ternura que a los cinéfilos nos hace recordar a los desvalidos de todos los
tiempos, del Charlot de Chaplin a la Gelsomina de Federico Fellini o a ciertos entrañables personajes de Mario Monicelli o
Dino Risi.
Un poeta es una excelente película que entusiasma por lo que
es y tal vez, incluso en mayor medida, por lo que deja ver del talento de su
director y por lo que proyecta sobre su futuro. Hay en el trabajo de Simón Mesa
un sentido admirable de la puesta en escena, en cuanto a comprensión de que el
cine no es una historia, sino la manera como se pone en imágenes con detalles
que la enriquecen y profundizan su perspectiva. Los valores admirables de guion,
fotografía, montaje y dirección de actores no profesionales darían para otra
nota, que esta vez no fue.
Quizás
un solo reparo como espectador con el final, del que a lo mejor hubiera podido
prescindirse. Son demasiados potentes los momentos en que la alumna de Oscar
deshace con su mensaje los sentimientos equivocados
de la hija y el del poeta sentado bajo
la luz de un sol que enceguece como para no cerrar con ellos, sin que de verdad
se requiriera saber más de un hombre al que luego de tanto infortunio, lo único
que quiere como redención es que su hija sepa que no hizo nada indebido y que
solo buscaba, otra vez con torpeza, que alguien alcanzara las realizaciones que
en su vida en definitiva le fueron esquivas.
Un poeta: la soledad frente al mundo
Orlando Mora
Con
el segundo largometraje de Simón Mesa se siente algo similar a lo que dejaba Los reyes del mundo de Laura Mora: la
convicción que el cine colombiano ha llegado a un estado de madurez que ya no tiene
vuelta atrás y que con ellos y algunos
otros títulos se construye una tradición que servirá de referencia a los nuevos
realizadores, que ya no tendrán excusas para justificar la mediocridad o el
fracaso.
Difícil
encontrar una mirada más miope que la que
genera el regionalismo. No obstante y, por esta vez, resulta de justicia
acogerse a ella para hablar del cine que se realiza en Medellín y destacar lo
que ha significado para su desarrollo y crecimiento la figura de Víctor
Gaviria, ese gran poeta que en un día ahora muy lejano resolvió tomar la cámara
y empezar a fijar para siempre imágenes de una ciudad en muchos
aspectos lejana y desconocida.
Un poeta es claramente deudora del realismo que Gaviria enseñó,
al punto que su aparición en un plano de la película, si bien no respondió a un
propósito deliberado de Mesa y fue fruto de la ocasional visita del director al
sitio de rodaje, bien puede leerse como un homenaje a quien luce hoy
credenciales indiscutibles de maestro.
Los
conocedores de los cortos anteriores de Simón Mesa y Amparo, su opera prima, se encontrarán como primera impresión con un evidente cambio
de registro. En lugar de oscuridad y drama, en esta oportunidad el humor y la
ironía preceden el acercamiento del realizador a una realidad largamente
observada y digerida, lo que se revela en el juego con una diversidad de
momentos y pasajes que amplifican y robustecen considerablemente la trama.
El
guion que firma el mismo director parte de un protagonista, pero concebido con
tal habilidad que se integra de manera natural y fluida en una variedad de
situaciones con los demás personajes, logrando como resultado que todos ellos,
a pesar de sus pocos momentos en la pantalla, adquieran una consistencia que bien calificarse de notable. Pienso, por
ejemplo, en la madre del poeta o en la hija, a las que vemos por muy poco
tiempo y, sin embargo, su
caracterización es plena y convincente.
No
suena descaminado calificar Un poeta
de comedia dramática. Ese resultado se consigue a partir de la oposición y el
desajuste entre el protagonista y el resto del mundo. Para ello Simón Mesa dibuja
un personaje de alguna manera anacrónico, en cuanto se trata de un poeta que
cruza los cincuenta años y a quien de los sueños del pasado como creador le quedan
dos libros y una vida cercana a la indigencia, sostenido por un entorno
familiar que lo juzga como un iluso y como un perdedor.
Ese
personaje fuera de tiempo y de época se
enfrenta a un mundo de una absoluta e inclemente
actualidad, lo que permite que la
historia se mueva entre el drama y la comedia. De alguna forma Oscar Restrepo,
el poeta, está solo frente a una realidad exterior con valores que nada tienen
que ver con su universo, por lo cual sus respuestas y reacciones resultan para
los demás torpes y desatinadas, al punto de provocar por instantes la risa. El
personaje es en sí dramático y la comedia la desencadena el choque del poeta
con el mundo que lo rodea.
La
mirada del director sobre Oscar Restrepo, sus circunstancias familiares y aspectos de la vida cultural de la ciudad es
divertida y ligera, nunca cruel o cínica, tocada más bien con una
ternura que a los cinéfilos nos hace recordar a los desvalidos de todos los
tiempos, del Charlot de Chaplin a la Gelsomina de Federico Fellini o a ciertos entrañables personajes de Mario Monicelli o
Dino Risi.
Un poeta es una excelente película que entusiasma por lo que
es y tal vez, incluso en mayor medida, por lo que deja ver del talento de su
director y por lo que proyecta sobre su futuro. Hay en el trabajo de Simón Mesa
un sentido admirable de la puesta en escena, en cuanto a comprensión de que el
cine no es una historia, sino la manera como se pone en imágenes con detalles
que la enriquecen y profundizan su perspectiva. Los valores admirables de guion,
fotografía, montaje y dirección de actores no profesionales darían para otra
nota, que esta vez no fue.
Quizás
un solo reparo como espectador con el final, del que a lo mejor hubiera podido
prescindirse. Son demasiados potentes los momentos en que la alumna de Oscar
deshace con su mensaje los sentimientos equivocados
de la hija y el del poeta sentado bajo
la luz de un sol que enceguece como para no cerrar con ellos, sin que de verdad
se requiriera saber más de un hombre al que luego de tanto infortunio, lo único
que quiere como redención es que su hija sepa que no hizo nada indebido y que
solo buscaba, otra vez con torpeza, que alguien alcanzara las realizaciones que
en su vida en definitiva le fueron esquivas.
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