Golpe de suerte: Luces en el atardecer
Orlando Mora
A sus ochenta y siete años de
edad Woody Allen realizó en el 2023 su película número cincuenta, Golpe de suerte, que fue estrenada en el
país hace unos pocos días. Según declaraciones del director pudiera ser su
última obra, agobiado un tanto por la edad y tal vez un poco más por las
dificultades de encontrar productores para eventuales nuevos proyectos, en un
momento en que la industria carece de interés en obras que no respondan a las exigencias de un
mercado rayano en el cretinismo.
En caso de volverse definitivo,
el silencio de Allen se constituirá en una pérdida calamitosa para el cine y
significará el final de la gran comedia
norteamericana, un género con raíces que se hunden en el período mudo y que tiene
en Groucho Marx el inspirador al que tanto
debe el director, en cuanto a formación y pasión por la escritura de textos de humor penetrante y alto vuelo literario.
Además el Allen escritor construyó para el Allen actor un personaje de perfiles
tan nítidos como los de Charles Chaplin o Buster Keaton, con un neoyorkino de
origen judío, apresado por las dudas en medio de su intelectualidad, inseguro
en sus relaciones sentimentales y visitante
asiduo de los psicoanalistas.
Demasiadas otras cosas habría que
decir, pero por esta vez hay que dirigir el foco hacia Golpe de suerte, una película juzgada con algún desdén por cierta
parte de la crítica porque carga con el peso que se le mire como la obra de un
anciano en años de decadencia. A nosotros nos deja una impresión contraria, que
oscila entre la admiración y casi la incredulidad de saber que a esa edad se
puede rodar con tanta frescura y tanta lucidez.
Por los pliegues de Golpe de suerte se deslizan varios de
los asuntos que han estado durante toda la vida artística del director en el
centro de sus inquietudes. Ante todo el tema de la precariedad y vulnerabilidad
del sentimiento amoroso, de sus vaivenes y de esa especie de incertidumbre que
inevitablemente genera y que nos convierte a todos en adolescentes en los
momentos de crisis.
No creo que exista otro director
que haya tratado con tal obsesión el tema del amor, a través de variaciones y personajes múltiples que el
espectador reconoce y que le permite identificar sin vacilación que se está en
presencia de una obra de Allen. Gran parte de la filmografía del norteamericano
bien pudiera nominarse, siguiendo el título del maravilloso libro de Roland
Barthes, como Fragmentos de un discurso
amoroso. Van dos citas del párrafo
inicial de ese texto, casi un epígrafe para
la obra del director: “La necesidad de este libro se sustenta en la
consideración siguiente: el discurso amoroso es hoy de una extrema soledad”, y
“Cuando un discurso es de tal modo arrastrado por su propia fuerza a la
deriva de lo inactual, deportado fuera
de toda gregariedad, no le queda más que ser el lugar, por exiguo que sea, de
una afirmación”.
En el sentido anterior lo mejor
de Golpe de suerte es su primera
parte, en la que se vive el reencuentro en París de Fanny y Alain, dos antiguos
compañeros de estudio en Nueva York, en los que se consuma un amor que los trasciende
y redime de anteriores fracasos sentimentales. En la segunda parte, disfrutable
a plenitud en aspectos como la fotografía y el montaje, es un segmento menos
inspirado y resuelto con un juego de guiños al cine de asesinatos.
No obstante que la materia
tratada en esta película es en sí dramática, su estilo es el de las comedias de Allen, caracterizado por una soltura y una
gracia que siempre he imaginado proveniente de los gustos musicales del
director, un avanzado clarinetista de jazz. Hay un ritmo en las transiciones que hace que esos filmes
avancen como verdaderas melodías, con fragmentos largos que se articulan en
unos movimientos a la manera de los distintos tiempos en la música, y con
seguridad la diferencia más perceptible de sus comedias respecto de piezas más
oscuras y densas como Hanna y sus
hermanas o Crímenes y pecados.
Los diálogos del director han
sido siempre notables, como naturalmente corresponde a sus orígenes de autor de
comedias y guiones, y en esta obra dado el oficio de escritor del protagonista se
ajustan de mejor manera y se facilitan las referencias a dramaturgos,
novelistas y poetas, con lo que crea una especie de subtexto que trasluce la
perspectiva frente a la vida de los dos jóvenes amantes.
Fanny y Alain creen en la suerte,
el oscuro marido de ella solo confía en
el control de las cosas. Algunas conversaciones y la forma como la trama se
resuelve han llevado a considerar Golpe
de suerte como un nuevo Match Point,
una de las últimas obras maestras del director, mirada que distorsiona y no
favorece la película, construida en un registro por entero diferente. Tampoco
aparecen esta vez las preocupaciones morales que torturan a personajes de Allen
por sus actos criminales. Lo que sí enlaza
estos dos títulos y Crímenes y pecados es la forma como el descontrol de la pasión
amorosa puede conducir al asesinato, algo de lo que quizás también
nos den cuenta los periódicos de hoy.
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