Amparo: La dignidad de la derrota
Orlando Mora
En el año 2014 la vitrina estelar
del festival de Cannes consagró al director antioqueño Simón Mesa como un
nombre llamado a ocupar un espacio en el futuro del cine nacional. La Palma de
Oro al mejor cortometraje otorgado a Leidi por un jurado que presidía el iraní
Abbas kiarostami es tal vez el mayor reconocimiento a nivel internacional
alcanzado en la historia de la cinematografía colombiana. Las expectativas que Leidi despertaba por su tono austero,
contenido y el ritmo interior del relato se cumplen con lógica rigurosa en Amparo, la opera prima de Mesa, una
película de honda hermosura y tristeza, que por fortuna evita caer en la
desesperanza.
Mesa es un director cuya
inspiración se nutre de la realidad y de la mirada que sobre ella proyecta
desde su propia interioridad. En ese sentido Amparo se presta a una primera lectura simplificadora, en cuanto se
siente la tentación de reducir su sinopsis a unas pocas líneas que dan cuenta
de las luchas de una madre por evitar que su hijo sea incorporado al ejército,
acción que se sitúa en Medellín, en los
años noventa. Sin embargo, quedarse en ese punto sería empobrecedor frente a lo
que consigue el realizador, quien transforma hechos con evidente sustancia de
realidad en una ficción que se rige por cánones propios, lo que le permite
centrarse exclusivamente en la figura de la protagonista, dejando por momentos el mundo exterior y otros personajes fuera de
foco, con lo cual el interés queda centrado exclusivamente en la mujer, sin
contaminar su narración con el mal endémico del cine nacional de la denuncia
social.
Es de suponer que el guionista y
realizador ha trabajado durante largo
tiempo su guion, definiendo los momentos básicos que se integrarían a la trama
y los diálogos breves, escuetos que corresponderían a los personajes. Lo demás corre
por cuenta de una puesta en escena con virtudes que sorprenden en un director novel y que revelan una
concepción del cine en la que el guion es apenas una guía, un punto a partir
del cual el director emprende su labor creativa, de modo que al final lo que se
proyecta en la pantalla no puede reducirse a palabras. Amparo, una película cuyo título nunca podría haber sido otro, dado
que ella aparece en la totalidad de sus planos, transmite una emoción que solo
se experimenta en presencia de sus poderosas imágenes, con el rostro, las
palabras y los silencios de la joven protagonista.
Amparo se niega con obstinación a
que Elías, su hijo de dieciocho años, sea incorporado al ejército. Su
corazón le dice con certeza de madre que
el muchacho no soportará los rigores de la vida militar y por eso inicia una
lucha que irá escalando en sacrificios hasta llegar a la entrega de su cuerpo como objeto sexual, en un esfuerzo
denodado que cumple contra el tiempo, ya que en horas saldrán los reclutas
rumbo al Caquetá. En la sucesión de trances por los que atraviesa Amparo se
reconocen las asperezas de una sociedad cruel y despiadada, regida por una
especie de ley de la selva en la que cada uno libra su propio combate por la
sobrevivencia. Esas circunstancias ominosas se vuelven visibles en la película
(la inequidad, la corrupción, el machismo), el director las identifica y las presenta,
pero no se detiene en ellas ni elabora un discurso político a su alrededor, ya
que su centro de atención apunta de manera exclusiva a la protagonista.
La puesta en escena se construye sobre el personaje principal como
único pivote, sin que la cámara lo abandone un solo instante, en una práctica
que obliga a recordar el cine de los cineastas belgas Jean-Pierre y Luc Dardenne. El mundo exterior existe y allí está,
pero Simón Mesa lo deja por momentos fuera de foco o de cuadro, quedándose con
el impacto y la afectación que produce
en Amparo, lo que aumenta la sensación de soledad en que se cumplen los
esfuerzos de la madre. El montaje desiste de planos de transición y pasa por corte directo
de una escena a la siguiente, en una narración intensa y concentrada, con base
en planos largos que no fragmentan la acción de cada pasaje.
La prestigiosa Semana de la
Crítica del festival de cine de Cannes del 2021 tuvo el acierto de incluir en
su programación la opera prima del director colombiano, habiendo encontrado de
parte de la crítica especializada una respuesta altamente favorable y
conseguido Sandra Melissa Torres el premio a mejor actriz revelación. Al
tratarse de una persona sin formación profesional en la actuación, esa
distinción habla tanto de las dotes naturales que la acompañan como de la aguda intuición del director para
seleccionarla en medio de un prolongado casting y luego dirigirla con el pulso
suficiente para permitir que Sandra Melissa borde un personaje de verdad memorable.
Tal vez las urgencias en que se
vive en el país explican un cine nacional en el que las situaciones suelen
primar sobre los personajes. Simón Mesa transita un camino distinto y nos propone
un trabajo en que se aleja de causalidades
sociológicas y decide cristalizar en el drama de un solo personaje muchas de
las complejidades de una vida social colmada de tensiones y adversidades. Amparo posee una entereza que se muestra sin mensajes, hay
una dignidad en sus actos que el director no juzga; Amparo de alguna manera es
una suerte de antihéroe, en cuanto lo que hace está demasiado cercano a la
derrota, ya que ha debido llegar a extremos para conseguir lo que ella como
madre considera que es su obligación. Un heroísmo cotidiano que no se exalta ni se condena.
Muchas cosas que agradecer en Amparo, una película que invita a la
repetición para disfrutar de mejor forma del ajustado mecanismo de su
realización, de los matices que ofrece el juego interpretativo de Sandra Melissa Torres y de la fuerza de
algunas de sus escenas, una de ellas la de cierre del filme que enseña el talento
del realizador, capaz de llevar las cosas a un desenlace que no constituye un
final feliz, no queda nada de celebrar y el regreso a casa del hijo ha costado
un precio personal muy alto, por eso no hay alegría ni festejo, solo un plano
de la reunión silenciosa en la cama de la madre con sus dos hijos, sin el dramatismo de un final
trágico y con el hilo de esperanza que deja la vida cuando continúa.
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