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La casa de mamá Icha: El hogar de los sueños

Orlando Mora

El fallecido director de cine colombiano Luis Ospina dedicó dos de sus mejores películas a desmontar los procedimientos narrativos con que se construyen los trabajos documentales y los de ficción, enseñando con clarividente pedagogía que ellos son comunes y que se pueden utilizar a voluntad del autor para conseguir resultados creativos diferentes. Con Agarrando pueblo (1978) y Un tigre de papel (2003) exploró con lucidez las porosas fronteras de esas dos modalidades cinematográficas, ambas relacionadas por vías diferentes con el concepto de realidad. Jean-Luc Godard alguna vez también se había preguntado por cuánto de documental hay en una ficción y cuánto de ficción en un documental.

La referencia anterior viene a propósito de La casa de mamá Icha, la hermosa obra que acaba de estrenar en las salas comerciales el director Oscar Molina. Si bien se trata de un documental, por la manera como se ha concebido y realizado bien pudiera pasar ante ojos desprevenidos como una auténtica ficción. Suena casi desmesurado que un cineasta dedique varios años de su vida a seguir a un personaje que el destino puso en su camino y hacerlo con cámara en mano, confiado exclusivamente en la remota intuición de que en el caso de María Dionisia Navarro podía haber material para un documental.  

Molina se ha jugado a ciegas en este trabajo, sin saber de la evolución futura de los hechos y sin un punto de cierre final. Quiero decir que se trataba de un documental sin guion, el que supongo solo se fue escribiendo en el montaje, una vez se concluyeron las muchísimas horas de filmación y se conoció la suerte de mamá Icha. La incertidumbre al momento de prender la cámara sobre lo que sucedería más adelante se constituye en uno de los grandes hallazgos de la película, ya que Molina como fotógrafo y director debió decidir sobre los encuadres sin una idea previa acerca de la función que cada plano cumpliría dentro del armado final de la obra.

El realizador no ha ocultado su presencia. Constantemente en los diálogos de la película se escuchan sus preguntas y los protagonistas le responden con nombre propio, lo que da cuenta de la gran familiaridad y el grado de confianza alcanzado con ellos, lo que ha permitido su fácil desenvolvimiento y que superaran el efecto intimidatorio de la cámara, generando una evidente complicidad para su filmación sin poses, maquillajes ni censuras.

Llama poderosamente la atención la naturalidad de los hombres y las mujeres que aparecen en el documental, convertidos prácticamente en actores de envidiable talento. Justo la fluidez del relato y la seguridad de los personajes bien pudieran dar para pensar en una verdadera obra de ficción, escrita de principio a fin antes del rodaje del primer plano de la película. Esa naturalidad no es nunca fácil, hay que conquistarla y debe figurar como otro de los activos de la obra de Molina.

Los recursos a los que acude el director son los propios y comunes del documental, básicamente el registro directo y las conversaciones con los personajes, renunciando a cualquier aventura experimental. El montaje utilizado es lineal, respetando la secuencia temporal y ofreciendo la información mínima suficiente para que el espectador conozca los lugares en los que se suceden los hechos, que son únicamente dos: Filadelfia en los Estados Unidos y Mompox en Colombia. En el lado de allá se muestra la convivencia de mama Icha con la familia de una hija, sin resignarse aún después de tantos años a no regresar a su casa. Del lado de acá está el choque y el disgusto de mamá Icha con lo que encuentra en Colombia.

La casa de mamá Icha alude como título a la idea de una anciana que no consigue acomodarse definitivamente en el extranjero y vive bajo la nostalgia del regreso a casa. Esa pulsión vital la arrastra a volver, desoyendo los consejos de su familia en los Estados Unidos, con la obstinación propia de su edad y apoyada en la fuerza de los recuerdos. Pero en mamá Icha la añoranza de su casa pertenece más al reino de lo emocional que de lo real, y así se revela en las incidencias de lo que vive a la vuelta en Mompox. El tiempo suele embellecer el recuerdo de lo que alguna vez tuvimos y más cuando se trata de la vieja casa familiar. Lo que veremos al final es el fracaso de los sueños y la constatación que la vida se queda siempre por debajo de lo soñado.  

La casa de mamá Icha pertenece a una categoría especial del cine de calidad y es el de las películas que uno ama porque encuentra en sus planteamientos algo que conecta con fibras profundas del ser humano, con sentimientos que nos recuerdan que vivimos a las puertas de la frustración y al borde de lo que pudiéramos llamar con el escritor peruano Julio Ramón Ribeyro como la tentación del fracaso. A pesar de ello la vida continúa y el árbol tutelar volverá a florecer, como bien se observa en el conmovedor plano final de la película.

 


Comentarios

  1. Orlando apreciado Amigo. Hermosa descripción y análisis de la película... Hay que verla.
    Abrazos

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  2. Orlando: Tuve la suerte de ver La casa de mamá Icha en el cine de Avenida Chile de Bogotá. No había acabado de asimilar tanto asombro cuando encendieron las luces y apareció en carne, hueso y voz Oscar Molina con la curiosidad de indagar la reacción del público. Palabras como: Apego, ignorancia, dolor, resignación... y yo me atreví a decir que el documental plantea toda una poética sobre la vejez y ese turbio rincón al que nos acercamos a diario.
    Molina habló sobre todo el proceso, sobre su compromiso emocional con mamá Icha, sobre su trabajo de edición y montaje. Dejó ver su pasión por "hacer" cine con las uñas, que prefiero decir "crear", en un país en el que una película toma años y frustraciones para ser producida y exhibida. Sus palabras fueron humildes, y yo quisiera pensar que dejaron transmitir la esperanza de ser reconocido.
    Su cámara, siempre atenta para lograr el mejor plano, se muestra enamorada de Mamá Icha y solidaria con el drama de la manipulación familiar.
    El gran logro: sin guión y sí mucha intuición, Molina presenta en sus imágenes certeros niveles de significación: el contraste entre la casa de Filadelfia atiborrada de objetos, ropas y enceres en la que escasamente se respira, y la casa de Mompox, casi vacía, enfocada como un largo túnel como territorio de desolación. Y esta casa se va "reconstruyendo" a lo largo de la película bajo la esperanzadora observación de mamá Icha. Y justo cuando está terminada, el destino, manipulado por sus hijos, hace el cruel desprendimiento. Atmósferas de silencios, calores, el contraste entre las penumbras y la luz del árbol, el ruido de la escoba barriendo el deterioro, y esa mirada lenta de mamá Icha posándose sobre los espacios, sobre el aire y las decidias y sobre su rota resignación, componen una obra maestra.
    Fui a verla por su comentario en este espacio. Gracias por su lucidez de cineasta.
    Olga Lucía Pérez

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